Ser mamá, profesional y no morir en el intento (o al menos no rendirse en el primer café)

Si me dieran un euro por cada vez que he pensado «no me da la vida», ya tendría suficiente para pagarme unas vacaciones en una playa paradisíaca. Ser mamá, trabajar, mantener la casa en pie y, de paso, seguir siendo una persona funcional es casi una misión imposible. Pero aquí estamos, sobreviviendo (a veces con café en una mano y el bebé en la otra).

Después de muchas crisis existenciales y litros de café, he aprendido algunos trucos que me han ayudado a equilibrar este caos llamado vida. Y como compartir es vivir, aquí te los dejo:

1. Aceptar que no soy una superheroína (aunque a veces lo parezca)

En mi cabeza, me imagino como una mujer multitarea que resuelve todo con elegancia y una sonrisa. En la realidad, me encuentro con juguetes en la nevera, correos sin responder y mi cabello recogido en un moño que lleva días pidiendo auxilio.

Conclusión: No puedo hacerlo todo, y no pasa nada. Aprendí a priorizar y a dejar de sentirme culpable si algo queda pendiente.

2. La organización es mi religión (pero sin exagerar)

Antes vivía al borde del colapso, ahora tengo un plan. No es perfecto, pero al menos evita que se me olvide recoger al niño del colegio (¡una vez fue suficiente!).

  • Uso una agenda o una app para planificar mi semana.
  • Divido mi día en bloques: trabajo, casa, niños, y… momentos para mí (sí, existen).
  • Antes de dormir, reviso lo que viene al día siguiente, porque amanecer en modo caos no es una opción.

3. Tiempo para mí: no negociable

Descubrí que cuando me descuido, todo lo demás se derrumba. Así que me obligo a encontrar huecos para mimarme, aunque sea 15 minutos de lectura, una ducha en paz o un café caliente (sin que se enfríe, ¡eso ya es un lujo!).

Y ojo, esto no es egoísmo. Es supervivencia.

4. Delegar sin remordimientos

Antes creía que pedir ayuda era admitir que no podía con todo. Ahora sé que es puro sentido común.

  • Mi pareja e hijos sí pueden ayudar en casa, aunque a veces haya que repetirlo como un mantra.
  • La compra online es mi mejor amiga.
  • Si puedo delegar en el trabajo, lo hago. No soy la única persona en el planeta que sabe enviar un email.

5. Aprender a decir “NO” (con cariño, pero con firmeza)

Antes aceptaba todo por miedo a quedar mal. Ahora practico el arte de la negativa elegante.

Ejemplo real:

  • «¿Puedes encargarte del comité de padres del colegio?»
  • Antes: «Claro, sin problema» (y lloraba en silencio después).
  • Ahora: «Uy, justo ahora tengo demasiado encima, pero gracias por pensar en mí.»

Y listo. Sin culpas.

6. Calidad sobre cantidad

A veces me preocupaba no pasar suficiente tiempo con mis hijos, hasta que entendí que lo importante no es cuánto tiempo, sino cómo lo pasamos.

  • 10 minutos de juegos sin pantallas valen más que una tarde juntos, pero cada uno pegado al móvil.
  • Un cuento antes de dormir, una charla divertida en el coche o un desayuno sin prisas hacen la diferencia.

7. Adaptarse y fluir (porque los planes siempre cambian)

Si algo me ha enseñado la maternidad es que los planes están para romperse. Me esfuerzo en organizarme, pero cuando la vida decide reírse de mi agenda, simplemente respiro y me adapto (o me desahogo con chocolate, lo que funcione primero).

Conclusión: No somos robots, somos humanas

Ser mamá y profesional sin perder la cordura es un reto, pero no imposible. Con organización, límites claros y un poquito de humor, podemos encontrar el equilibrio (o al menos evitar la catástrofe total).

Y si un día todo se desmorona, recuerda: un buen café, una siesta y empezar de nuevo siempre son opciones válidas.

¿Tienes algún truco infalible para sobrevivir a este caos? ¡Cuéntamelo en los comentarios!

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